Los riojanos, a la cabeza en la práctica del botellón
Noticia del diario La Rioja del 2 de noviembre de 2021
«Bebía todos los días, desde primera hora de la mañana hasta la noche, pero no sabía que tenía un problema»
Mario sustituyó el speed por el alcohol y de tomar cervezas los fines de semana pasó a pedir «un café solo con un chupito de whisky, cubatas viendo un partido…»
Mario –prefiere no desvelar su nombre real– no tuvo una infancia fácil. Todo lo contrario. Fue un camino empedrado en el que poco a poco se gestó el chaval en el que se convirtió al llegar a la adolescencia. Con 13 años empezó a sentirse bien, como era él mismo, «el niño que no había podido ser hasta entonces», reconoce. Pero en ese despertar a la vida y a los amigos, las ganas de vivir se le fueron de las manos y empezó a juguetear con las drogas.
«Me desmadré un poco –cuenta el propio Mario– empecé a fumar porros, a drogarme y a consumir alcohol». El consumo de alcohol era social, los fines de semana y poco más, pero las drogas, sobre todo el speed, eran otro cantar. Durante esa época conoció a una chica, su actual pareja, y tras una etapa en la que encadenaban discusión con discusión, tomó una decisión trascendental: aparcar para siempre esa sustancia que tanta mella estaba haciendo en su relación. «Dejé el speed y hasta hoy». Tenía 31 años y ya hace seis de eso.
Abandonar el speed fue el punto de partida de otra adicción. Las cervezas dejaron de ser solo para los fines de semana, «ya eran cubatas un día de partido de fútbol, bajaba al bar y me tomaba un café solo y un chupito de whisky, pero yo no sabía que tenía un problema».
«Mi pareja me decía que bebía bastante y aunque no creí que fuera para tanto, en realidad estaba alcoholizado»
Al final, «bebía todos los días, desde primera hora de la mañana hasta la noche». En su anterior empleo, junto al almuerzo caía una cerveza y se hacía con una lata para tomársela mientras trabajaba.
Cuenta que de su adicción al alcohol se dio cuenta cuando llegó a ARAD. Fue a raíz de un accidente de coche. Le hicieron las pruebas de drogas y alcohol y dio positivo en la segunda. «El juez me ofreció dos opciones: o cárcel o cursos y ARAD». Cuando llegó por primera vez a la asociación, hace algo más de dos meses, «no pensaba que tenía un problema y lo tenía». De hecho, «mi pareja me decía que bebía bastante, pero no creí que fuera para tanto, aunque en realidad yo estaba alcoholizado», sentencia.
«En Logroño tienes un bar cada diez metros y es como ponerle una piruleta a un niño»
La primera receta que le dieron de Antabus –fármaco usado para ayudar en el tratamiento del alcoholismo crónico– no se atrevió a comprarla, no sabía si iba a ser capaz de no tomarse una cerveza. «Si tomas esa pastilla y bebes puede haber muchas reacciones adversas, así que no tuve valor de ir a comprarla». Aquel fue el punto de inflexión. «Es cuando dices: ¿en serio? Pues sí, soy alcohólico».
La segunda receta no corrió la misma suerte. Se acercó a la farmacia y compró Antabus. De eso han pasado ya quince días y continúa sin probar un trago. Desde entonces ha tenido malos momentos, reconoce. «Los primeros días que dejé de beber tenía el síndrome de abstinencia, escalofríos, malestar, me temblaban las manos, ansiedad, me faltaba el aire, necesitaba cerveza», relata Mario.
Hoy dice sentirse «muy orgulloso de sí mismo», pero para llegar hasta aquí ha tenido que cambiar sus hábitos. «Antes salía a pasear al perro y la parada era en el bar, ahora hago otra ruta porque si no, es una incitación». Además, en su caso, dice que hace falta más fuerza de voluntad para dejar el alcohol que el speed porque, entre otras cuestiones, es una sustancia legal y en Logroño «tienes un bar cada diez metros, es como ponerle una piruleta a un niño».